jueves, 3 de febrero de 2011

India Report VII

La verdadera razón de la visita a Rishikesh la descubrimos viendo un programa de televisión aquí, en España. Para resumir un poco la historia, resulta que los mismísimos Beatles viajaron allí en 1968 para meditar y alejarse de las drogas... ejem. Por iniciativa de George Harrison, visitaron el ashram (una comunidad espiritual) del Maharishi Mahesh Yogui (nombre del individuo que regentaba el puticlub). Se llevaron a sus señoras esposas, a Mia Farrow y algún que otro colgao más. Vamos, que debían montar unas orgías buenas. Al final se acabaron picando con el líder espiritual que debía tener las manos largas, tanto para robar como para sobar. No debía predicar con el ejemplo el mesías.
Gracias a nuestra vagancia iniciamos la caminata hacia el
ashram al mediodía; esto en la India es un suicidio (pasaban de largo los 30 grados). Empapados en sudor, las preguntas a los lugareños eran en vano, nadie tenía ni idea de dónde se encontraba dicho ashram. Que no conozca la gente la ubicación de mi pueblo, vale. Porque lo más importante que se hace son morcillas. Pero amigos, van los Beatles a tu pueblo y no sabes dónde se metieron? A todo esto, íbamos con prisa porque el taxi para emigrar hacia Old Manali, cerquita de Nepal, nos iba a recoger al hostal poco después. Recorrimos media ribera del Ganges para llegar.

Como iba diciendo, en aquel programa la reportera sobornaba al 'guarda de seguridad' del recinto porque el lugar estaba 'cerrado'. La misma situación se dio cuando llegamos nosotros. Al hombrecillo había que verlo pecho al descubierto, plantado detrás de los barrotes de la puerta con su melena y barba canosa, una sábana blanca cogida a la cintura y su extraño cigarrilo; un 'segurata' del futuro. Mirada noble como diciéndonos: me vais a sobornar ahora o después? Pero no, según él no quería el dinero. Si quedábamos satisfechos con la visita, la voluntad. 'If you are happy, I'm happy' (frase mítica del viaje que utilizaba todo aquel que quería estafarte).

Aquel hombrecillo nos iba explicando con un acento inglés de lo más cool, las andanzas de los cuatro británicos por aquel entorno casi mágico. La vegetación rebosaba por el abandono. Nos llevó a lo que fueron sus habitaciones, las de los invitados, el auditorio... pasillos con cientos de murciélagos! Por cierto, dato friki: de esta etapa 'sin drogas' son las canciones del disco 'The White Album'.

Pero nosotros habíamos ido para ver algo en concreto: unos graffitis. Yo supe que estaban ahí viéndolo en aquel programa, pero esos pintadas ya las tenía grabadas en la retina y sinceramente, me hizo una ilusión tremenda. Son referencias a algunas de sus canciones, paz y amor con colorines y mariconadas por el estilo, pero no sé, con la historia de fondo ganaba misticismo. Ahí me di cuenta de lo guiris que éramos sacándonos fotos de todas las posturas imaginables, incluso con el guía, que por esta vez no resulto ser un estafador (pero aún quedaba día por delante).

Lo más impactante de aquel viejecillo es que tenía facebook y página web! De él aprendí muchas cosas: entre otras, me descubrió el tabaco indio, los bidis. Gracias a ellos moriré de cáncer, pero era algo tan barato, tan insignificante y sabía tan bien (los dos primeros), que valió la pena. Al tío se le iluminó la cara cuando le comentamos que le conocíamos de la televisión, que había salido en un programa famoso en España. Nos despedimos de aquel gran hombre con prisas, quería que le agregásemos a las redes sociales y... nunca lo hicimos, pero siempre quedará en nuestras memorias. Le pagamos la voluntad y algo más, de eso no se puede quejar.
Cuando llegamos al hostal, el taxi aún no había llegado. Lo dejo aquí, porque lo que aconteció después tiene tela, telita, tela.

miércoles, 19 de enero de 2011

India Report VI

Aquella noche cenamos en el 'Ganga Beach', nuestro restaurante de confianza. La comida estaba cojonuda y también sus batidos o 'lassi', algo habitual en la India que pasó a ser el postre por excelencia (los había de muchísimos sabores, frutas exóticas en general). Fuimos todos los días durante la estancia; era como comer en casa, casi hasta más barato y con vistas al Ganges. Con nosotros hicieron el agosto, pero allí lo pagábamos a gusto.
Me pasó una cosa curiosa camino al hostal. Iba mirando precios de tabaco y en muchas tiendas el Marlboro oscilaba entre 90 y 100 rupias. Pregunté a un hombrecillo cual era la diferencia entre los dos y a grandes rasgos me dijo que el 'caro' era el 'real', aunque hecho con tabaco de la India y que era preferible que lo comprase (llevaba un distintivo con el precio a modo de impuesto). Sólo con probar el 'barato' os dábais cuenta del porqué. Sabía a rayos y tenía motas amarillas como cuando te encuentras un cigarro del año pasado. Y eso que todavía fumábamos tabaco 'rubio' aunque no voy a adelantar acontecimientos. De todas formas, el precio era de chiste porque al cambio es un euro y pico.

Ya en el hostal conocimos a un australiano pelirrojo que viajaba con su novia. Nunca supimos como un tío tan feo había pillado tantísimo, qué mujer Dios mío de mi vida. Hasta que le dio por levantar los brazos y la cerda tenía más matojo que cualquiera de los monos que nos rodeaban. También nos acompañaba una pareja hindú que estaba de vacaciones por la zona. El caso es que la situación se asemejaba más a mi experiencia previa en interrailes. Clásicas charlas entre mochileros en las que se soluciona el mundo.
Nos sirvieron de gran ayuda, puesto que el viaje que había realizado la pareja australiana era muy parecido al nuestro pero a la inversa. De tal forma que nos apuntaron todo aquello que no podíamos pasar por alto, entre otras cosas un sitio llamado Old Manali, donde supuestamente se fumaba el mejor hachís del mundo. Estaría en lo cierto?
También nos recomendó hacer un trekking al día siguiente hasta un templo que se encontraba no muy lejos de nuestro hostal, palabras textuales. Cómo no, le hicimos caso porque somos así de subnormales.
En tanto, la pareja hindú no aportó gran cosa; ahora, se talaban los petas hasta atrás. Como recuerdo, el chaval estaba convencido de que las obras de Nueva Delhi, su ciudad natal, se iban a terminar a tiempo. Decía que los indios lo dejaban todo para el último día. Pero no, ésto era imposible, ya no sabía lo que decía del colocón que llevaba.
Después de ver una batalla a muerte entre un lagarto y una mosca, nos fuimos a dormir. El día siguiente se presumía duro. Y lo fue.
Despertamos con una gran pachorra víctimas del calor sofocante, con música ambiental que fluía desde los centros de yoga. Eran cánticos budistas: Krishna Krishna Hare Hare: Hare Rama Hare Rama, muchísima locura. Luego, para desayunar parábamos en otro sitio que tenía una repostería exquisita, muy cerca del puente, desde donde teníamos una panorámica envidiable de los monos en plena acción criminal. Del puente lo mejor que puedo hacer es colgar una foto, para que se aprecie el tráfico tan variopinto que sostenía.

Como dije, hicimos caso al 'aussie' pelirrojo. Craso error. En principio, la idea no era mala: nos vamos a hacer un trekking, somos gente super sana, el templo está cerca... Menudo cabrón. Ya ni me acuerdo cuántas horas pudimos estar andando. Hacía un calor infernal y estaba a tomar por el culo y dos dedos más adentro. '2 kilometres' nos decían los graciosos de la zona. Por supuesto la etapa no era llana, aquello era el K2.
Con casta y orgullo montañés, nos plantamos en el jodido templo horas más tarde. El color de mi orina era amarillo anaranjado, cirrótico, producto de la deshidratación. Nos descalzamos a la puerta (cosas de la religión) y allí estaba, objetivo conseguido. El maravilloso templo resultaba ser una estructura contrachapada cubierta de papel maché. Por si era una equivocación, salimos del límite 'sagrado' buscándolo y anduvimos descalzos por todo el pueblo. La ignorancia es la madre del atrevimiento. De hecho, tuvimos que pasar dos veces para dilucidar que, en efecto, nos habían vuelto a timar. Los colores más horteras juntos en un mismo edificio. Una especie de atracción de feria, similar al tren de la bruja.

La única noticia positiva fue encontrarnos un servicio de 'taxis' a la salida. Así fue como conocimos a Christian II, 'el intrépido'. Se ganó su apodo por bajarnos de aquella montaña donde Vishnú perdió las chanclas en vuelta rápida. El tipo debía creerse el mismísimo Narain Karthikeyan, sólo que viajaba en un todoterreno y por una carretera de montaña (cortados de 50 metros incluídos). Bajó sin tocar el freno, adrenalina en estado puro.
Una vez de vuelta en Rishikesh pasó poco tiempo hasta que volvió a anochecer. Esta vez había algo que celebrar. Un paquete nos esperaba en la recepción del hotel. Sí, era la mochila que faltaba. Ya estábamos todos equipados con 'gayumbos' para tirar hasta el fin del mundo...


lunes, 17 de enero de 2011

India Report V

Amanecía dentro de un coche que olía a choto. El cuerpo anquilosado después de tantísimos kilómetros. En cuestión de horas el paisaje había cambiado a una velocidad vertiginosa. Nos adentrábamos en las estribaciones del Himalaya y la fauna y la flora proliferaban, así como las religiones.
Recuerdo que Christian recibía constantes llamadas de su jefe desde Delhi. Nos quería cobrar un plus por el aire acondicionado del vehículo. El pobre metecato fue objeto de burla hasta que llegamos. Hombre, ya estaba bien. Nos habían timado todo lo que habían querido, pero una y no más. Al menos eso es lo que pensábamos.
A 25 km del destino, pasando por Haridwar, la motivación era absoluta. Desde ahí vi el Ganges por primera vez (qué río tan sagrado y tan lleno de mierda). Es curioso porque nos encontrábamos relativamente cerca de su nacimiento, pero ni con esas. Marrón excremento. También vimos los primeros monos. Qué simpáticos parecían desde el coche los hijosdeputa...!
Fuimos ascendiendo por la ribera hasta que llegamos a Rishikesh, la capital mundial del yoga. Todo en ese pueblecillo está orientado a los 'ashram', lugares de meditación y enseñanza hinduísta. Claro, nosotros encantados. Paz y tranquilidad necesaria, viniendo de una ciudad de catorce millones de habitantes. El lugar prometía y no hablo sólo dentro de la legalidad.

Christian nos soltó en mitad del pueblo, cerca de Lakshman Jula, un enorme puente colgante de hierro que separaba las dos partes de la ciudad. La gente nos miraba, creo que seguíamos pareciendo igual de pardillos que el primer día. Ciertamente, nada más bajarnos del coche, desembalamos las mochilas que seguían incluso con las etiquetas de Barajas y como es obvio se nos echaron encima. Allí, dejamos plantado al que fue nuestro primer chófer. Le dejamos propina con la condición de que se lo quedase él, que no se lo diese a sus malvados jefes. Finalmente no sé lo que haría, pero vaya cara de panoli tenía el cabrón.
Después de zafarnos de todos los acosadores, nos dedicamos a escoger hostal ante una oferta abundante. El elegido fue uno con vistas al Ganges, puente incluído, regentado por un hombre cuya condición sexual se encontraba en entredicho. El tío movía, se le notaba a la legua. No me refiero a su culito sexy, sino a la mandanga.
Recuerdo cómo nos prohibimos antes de embarcar en esta aventura cualquier tipo de sustancia estupefaciente que nos pudiera perjudicar gravemente. Las cárceles de allí no deben ser de lo más acogedor. Sin embargo, tercer día en la India y zasca! 'Charas' lo llamaban. Bueno, bonito y barato. Qué más se puede pedir?
Lejos quedaba ya el mundanal ruído y el tráfico intenso. Ahora solo nuestra terraza, las vistas y buena compañía (la de los monos entre otros).


jueves, 13 de enero de 2011

India Report IV

A la mañana siguiente: resaca. Bueno, alguno seguía tan borracho que pretendía comprarle los pantalones al pobre botones. He de decir, sin pensarlo mucho, que es de los mejores hoteles que pisamos. Me refiero a la limpieza y al servicio, porque lo de tener agua caliente te daba lo mismo. Bien es cierto que fue el más caro, pero tenía televisión, que en tiempos de un Mundial se agradece.
El agua del grifo no era potable, pero ni ahí ni en toda la India. Ya sólo con lo turbia que salía se te quitaban las ganas. Ellos lo bebían, estaban hechos de otra pasta. También mascaban una especie de tabaco 'gutkha' que les picaba los dientes y se los teñía de color rojo; viéndolo así, lo del agua era secundario. Había puestecillos de este tabaco por doquier y venían en ristras de paquetes parecidos a los condones. Al principio dudábamos si contenían 'bidis', su tabaco de fumar, pero eso es otro capítulo al que me referiré más adelante, porque en Nueva Delhi yo aún estaba en fase de asimilación y no sabía por dónde me pegaba el aire.
Con la resaca y los 40 grados comenzaba nuestro segundo día. El contrato-timo especificaba que un taxi nos recogería en el hotel, nos llevaría al aeropuerto (recordad que seguíamos sin mochilas) y nos abriría camino hacia el norte. Puntualidad británica. Esto no sería la tónica del futuro más próximo, porque para los indios, todo lo que les pidas 'it's coming', pero nunca llega.
El conductor daba la sensación de ser el último eslabón en la cadena de timadores, el pringado del grupo al que todo el mundo engaña con facilidad. Vestido con uniforme azul de camisa y pantalón de pinzas, servicial y poco hablador. Un 'chaquis' en toda regla. Normas de la casa.
Con lo puesto y por segunda vez llegamos al aeropuerto en coma etílico. No es recomendable beber de la manera en que lo hicimos la noche anterior si acabas de llegar a la India. Además si te subes a un coche con ocho pasajeros el calor te puede producir delirios. Así fue como nos dimos cuenta de la importancia que tiene beber líquido constantemente en aquella sartén. Igual exagero, voy a esperar a que me pasen los informes sobre cuántas botellas de agua podíamos beber entre todos al día. Una burrada.
Buscando por uno de los pasillos la oficina de la compañía aérea, deshojábamos la margarita, puesto que no teníamos claro si iban a estar aún. Al llegar vi la mía, casi se me salta la lagrimilla. El problema fue que mientras todo era papeleo y felicidad, una de la mochilas no aparecía. No había llegado. Putada.
Y la solución? Negociamos un envío por el Seur de la India, mucho más rural, para que la mochila viajase al norte unos dos días después. Yo casi pierdo los nervios, pero el afectado decía que sólo le preocupaba el cargador de la cámara, que los calzoncillos tienen cuatro posiciones (ésto es cosecha mía).
Con las mismas: rumbo a Rishikesh, nuestro siguiente destino. Por cierto, se me acaba de iluminar la bombilla y tendré que adjuntar un mapa de la India con el recorrido que hicimos porque el lío puede ser tremendo. Pensad que los saltos que dábamos de una ciudad a otra, no eran como de aquí a Bilbao. Algunos sí, pero es un país mucho más salvaje, los cambios son drásticos y los trayectos más lentos gracias a las 'carreteras' y sus 'bólidos'.
Volviendo al taxi, Christian, como pasó a llamarse nuestro chófer, nos ayudó a subir las mochilas en la baca (la del coche, la otra es con v). Seguridad máxima. Acabábamos de recuperar nuestras mochilas y ahí te las sube el mezquino y las ata con cuatro drizas peladas. De vez en cuando alguno sacaba la mano por la ventanilla para comprobar si seguían encima.
Es aquí donde comienza el Paris-Dakar. El capítulo de las 'carreteras' indias, las de verdad. Por poner un ejemplo cercano, lo que aquí serían las carreteras nacionales. Hasta ahora habíamos observado el tráfico por la gran ciudad: atascos, rotondas a cuchillo, etc. La diferencia es que es en las carreteras la velocidad se triplicaba. El objetivo consistía en coger el rebufo al coche, camión, carro, moto, rickshaw, vaca u ovni, para abrasarlo a pitidos hasta que lograban adelantar. Todo esto por el carril izquierdo y el adelantamiento por la derecha, lógicamente. Para un español el tema acojona por la costumbre inversa. Qué ocurre? Pues que en ocasiones se formaban filas de cinco o más vehículos/animales y alguno que otro se iba a la cuneta jugándose la vida. Les gustaba el riesgo. Creo que en quince horas de viaje se me quitó de raíz todo el miedo que haya podido tener dentro de un coche. Estuvimos al borde de la muerte en más de diez ocasiones. No exagero. Tampoco habéis leído mal, quince horas. Ocho personas en un coche sin una ducha en condiciones (de las de jabón y todo eso). Me ahorraré detalles.

miércoles, 12 de enero de 2011

India Report III

Una vez en el hotel, pasó el peligro. Aún así, al principio me costó pisar la calle. Salía hasta el portón de fuera y miraba a ambos lados. No había duda, aquello era la India. No lo estaban dando por la tele. Enfrente un edificio con andamios de bambú y los obreros currando bajo el sol abrasador, entre ellos una niña (la estampa tristemente pasó a ser algo habitual).
Ya dentro, no os podéis imaginar la diferencia de temperatura entre los pasillos, que eran una auténtica sauna y las habitaciones, con aire acondicionado. La siesta se presumía eterna, pensad que llevábamos encima una carga de dos vuelos de varias horas y una mañana bastante movidita por el centro de Nueva Delhi, que no es la Quinta Avenida ni mucho menos.
Algunos fueron a comer por ahí y gracias a ellos recibimos informes satisfactorios sobre la ciudad que nos sirvieron para dejar atrás el miedo y enfrentarnos a la realidad. Esos informes respondían a muchas de las preguntas que se nos iban acumulando.
La principal duda que se planteaba era por qué la ciudad estaba sumida en ese caos y levantada como si de una guerra se tratase. Parece ser que la capital tres meses después sería la sede de los Juegos de la Commonwealth. Vamos, que ni de chiste conseguían reconstruir todo lo que habían reventado. Sus dotes para la construcción no estaban precisamente a la vanguardia. Hablo de fachadas de edificios tiradas a maza...
Resulta que el callejón sin salida donde los taxistas se pusieron a discutir era en realidad una de las calles principales. Me hace gracia, porque allí fuimos a comer recomendados por el primer grupo de valientes y la explicación para llegar al restaurante fue algo así como: 'Desde la avenida principal, metéos por una calle muy estrecha por la que no entraríais en vuestra vida'. Una definición sublime, porque acertamos a la primera.
El viaje en tuk-tuk hacia el restaurante fue la medicina que necesitaba. Quedaba mucho por recorrer pero ya se me iba deshaciendo el nudo en la garganta. Diez minutos en un motocarro como ese y te das cuenta de la locura que tiene la civilización hindú y del peligro al que te enfrentas por la carretera. Todos pitan sin una explicación lógica, quizá para hacer saber al conductor de delante que estás ahí. Pulsan más el claxon que el freno, no exagero. Pero al bajarte has liberado todo el estrés y la tensión acumulada. No tiene precio.
La toma de contacto con la comida fue óptima. Internet y gente occidental, el no va más. Porque claro, ésa es otra, hasta entonces ni rastro de paliduchos. Yo pedí algo picante, por probar. Aunque daba igual, porque poco a poco fuimos comprobando que todo picaba de serie. Varios cortes de luz durante la estancia, resultado de las perfectas instalaciones eléctricas de las que gozaba la ciudad.

Fue un bálsamo. Volvimos al hotel entre risas y por listos nos perdimos. Eso de salir sin la tarjeta del hotel o la dirección apuntada o directamente sin aprenderte la calle, es como en España, que tienes todas las papeletas para perderte. Pero quedó en una anécdota y además así fue como nos dimos cuenta de que la gente se te acerca para ayudarte. El taxista preguntaba a los lugareños y entre ellos hacían una mesa de debate. El panadero le decía al cartero, eso no queda cerca de tu casa? No, eso está al lado de la casa de tu madre. Y así sucesivamente hasta que llegabas a tu destino.
Por la noche, después de tomar un chai (té especiado del que alguno terminó más que enganchado) dimos un paseo por los alrededores del hotel. Llegamos a una avenida con tiendas, restaurantes y luces, algo que impactaba al ver tan oscuro el resto de la ciudad. Descubrimos la esencia de los vendedores ambulantes, algo que nos acompañaría durante la estancia al completo. Como curiosidad, nos topamos con el primer McDonalds y creo que el último. Al ver la carta, sólo comida vegetal. Extraño, verdad? Bueno, allí lo de la carne es jugársela un poco. El calor, los cortes de luz, los frigoríficos y la carne no se llevan del todo bien.

Al final entramos a un restaurante en el que por cuatro perras nos pusimos las botas. Las diferencias sociales en sitios así se hacían patentes. En muchas ocasiones alguien estaba en la puerta controlando a la clientela. Nosotros no teníamos problema alguno. Eres occidental, eres rico.
Y para terminar el día, partidazo. España-Portugal en nuestra habitación del hotel, con unas invitadas de excepción, nuestras vecinas inglesas. Las botellas de ron y whisky del dutyfree rebajadas con agua. El pedo de nuestra vida. Cuando marcó España no sólo se celebró el gol, sino la liberación de sabernos en la India, ya con la cabeza semiasentada y sin el susto en el cuerpo.

India Report II

De repente los taxis pararon en un callejón sin salida y los conductores se pusieron a discutir. Sobre qué, no teníamos ni idea, el hindi nos quedaba y nos queda muy lejos. Empezaron los nervios y las dificultades del idioma. Un corro de gente se iba apelotonando alrededor de los vehículos. Las miradas de allí, al menos el primer día, no inspiran confianza.
Suena catastrofista, pero yo me veía en bragas en sólo diez minutos en ese país y a ocho mil kilómetros de casa. Nos hablábamos a gritos desde las ventanillas. Qué hacemos? Volver al aeropuerto? Queríamos salir de allí. Los lugareños comentaban la situación con los taxistas; les decían que el hotel al que queríamos ir estaba cerrado por obras. A todo esto, supuestamente era una de las calles principales de Nueva Delhi. Cortada por una barricada de escombro? Sonaba a chino.
Así que siendo la comidilla de todo un barrio, decidimos ir a la estación de tren y allí reservar los billetes para el día siguiente, que nos sacarían de aquella agonía, de aquel shock inicial que se antojaba eterno.


No iba a ser tan fácil. Nos animábamos entre todos. Lo que veíamos no podía ser nuestro viaje, tenía que cambiar de alguna forma, nos exigíamos calma con un nudo en la garganta.
Recuerdo la explanada de la estación. Inmensa. En el suelo trincheras y gente, mucha gente aún durmiendo que parecía muerta. Olía fatal. Eran sólo cien metros andando, pero el tiempo pasaba muy lento. La multitud alborotada con las primeras horas del día, nos avasallaba. Nos ofrecían de todo, pero llegar a la oficina de turismo era el objetivo. Recuerdo mucho ruido. A lo lejos vacas comiendo basura y un sol de justicia.
Dentro del edificio nada cambiaba. Parecía un hospital de campaña. Familias enteras viviendo, si a eso se le puede llamar vivir. Perros callejeros, bebés llorando y un sinfín de cosas que era mejor no mirar. Inanición.
El taxista nos acompañó amablemente hasta la oficina. Por supuesto estaba cerrada. La excusa ya era obvia: está en obras. Como nuestro hotel, como la ciudad, como el infierno en el que habíamos recalado. Y en la puerta, otro paisano hacía de informador. Nos comentó que la oficina de turismo abierta se había trasladado al centro. Acordamos precio con él y los tuk-tuk (una versión motorizada del tradicional rickshaw) cortesía de sus amigos.
En la oficina al fin nos tranquilizamos. Aire acondicionado. Personal amable. Se había acabado la agonía y la tensión por las calles de Delhi. Podíamos reservar un hotel y la vía de escape hacia el norte, para olvidar todo de una tacada. No había trenes disponibles, sólo taxis de ocho plazas, que nos venían como anillo al dedo siendo siete. Así que firmamos y lo dejamos todo pagado.
Vale, recapitulemos. Taxi de prepago, hotel cerrado, estación de tren, colega en la puerta de la oficina, cerrada, mi primo tiene otra oficina abierta en el centro, os llevo, reservar este hotel, es lo único que hay, la ciudad está completamente en obras... Total, creo que es el timo a gran escala más grande que me han hecho en la vida. Caímos como gilipollas, pero sinceramente, no había otra.
Pagamos una morterada por reservar aquel taxi y la noche de hotel. Lo tasamos en el 10% del presupuesto que habíamos calculado desde nuestra ignorancia. Creo que la única verdad era que el hotel al que queríamos ir estaba cerrado (lo supimos más tarde). Por supuesto los taxistas estaban compinchados con el informador de la estación y éste a su vez con la oficina del centro. Y por qué lo sé? Porque al salir de la oficina estaban todos los actores presentes con una sonrisa pícara que nos decía: sí, sois unos pardillos.Justificar a ambos lados

martes, 11 de enero de 2011

India Report I

Era la tercera vez que visitaba ese edificio, pero en esta ocasión algo había cambiado y estoy convencido de que no era el único que lo pensaba. Los demás también tenían otro gesto en la cara, distinto a la mirada inocente con la que un mes atrás observábamos, no sin respeto, una realidad completamente diferente a la nuestra.
Fue gracioso. Al subirnos al segundo avión, en un trasbordo de vértigo, sabíamos de antemano que nuestras mochilas no iban a llegar con nosotros. De hecho, a pocas horas del aterrizaje en Nueva Delhi, íbamos pensando soluciones al primer gran varapalo. Una de ellas fue coger las mantas que nos proporcionaba la compañía aérea. Grandísima idea.
Y allí nos plantamos. Siete aventureros, con más o menos experiencia en geografía, física, dirección de empresas, ingeniería mecánica, diseño gráfico, fotografía y derecho, que tiempo atrás habíamos señalado un mapa sin saber exáctamente a qué nos enfrentábamos. Lo descubriríamos pronto.
A eso de las cinco de la mañana dentro del aeropuerto, ves un cambio lógico pero no drástico de lo que es la India. Recuerdo el primer impacto de su acento al hablar inglés; en la tele y con subtítulos mucho mejor, creedme. Así que para reclamar las mochilas, tuvimos que hacer un gran esfuerzo de comprensión. Antes de todo eso, las clásicas preguntas de:
-First time in India?
-Yeah!
-Sure?
-Pues claro que sure, gilipollas! Me acordaría, no crees?
Por lo que logramos entender debíamos ir allí al día siguiente, con nuestra hoja firmada y en la oficina de la compañía nos encontraríamos el premio gordo. La cuestión era qué hacer en ese preciso instante, y la prioridad encontrar algún lugar donde descansar. Así que metidos en faena cambiamos nuestros maravillosos euros en rupias, y pasamos a ser asquerosamente ricos en cuestión de segundos.
Con lo puesto salimos del edificio. No tengo ningún diario que me sirva de guía para acordarme de todos los detalles del viaje, lo dejé al tercer día y he perdido los papeles. Seguramente olvide cosas, pero nunca se me olvidará la salida de aquel aeropuerto.
Imaginad la situación: Siete chavales jóvenes, guapos y apuestos, paliduchos en comparación con la muchedumbre, con sonrisas de guiri de oreja a oreja y con nuestras mantas recién 'robadas' del avión. Fue cruzar la puerta y mirar automáticamente todos para arriba buscando una explicación al calor que hacía, como si encima de nuestras cabezas estuvieran apuntándonos los extractores de todo el edificio. Pero no. Eran 42º, ni más ni menos. Ese fue el tiempo que nos acompañaron las mantas; como dije, grandísima idea.
Qué calor. Exagerado. Yo, al menos, nunca había estado a tantos grados. Ni con fiebre! Y la humedad que acompañaba... Todo el santo día como si te hubiesen tirado un cubo de agua caliente, o pis, porque no olíamos muy bien todo sea dicho.
Así que nos pusimos a discutir cómo llegar al centro, leyendo la maravillosa guía Lonely Planet, que tanto nos iba a ayudar a lo largo de todo un mes. Yo al final la acabé odiando, tengo que reconocerlo (ya explicaré por qué). Decidimos coger dos taxis de prepago, para que nos llevasen al hotel que habíamos escogido en pleno centro. Comenzaba la aventura.
Era una especie de Vanette, vieja y sucia como ninguna. El motor a mil revoluciones, las afueras de Delhi, risas y fotos de cada gesto. Nos íbamos adelantando y nos hacíamos muecas por la ventanilla. Carros, vacas, motos con no menos de tres personas a bordo. El taxista también se contagiaba de nuestra ilusión, de la risa nerviosa. Por el lado izquierdo de la carretera sólo se huele el peligro.
Poco a poco las calles se estrechaban. Pasamos de las grandes avenidas (por decirlo de alguna forma) a los barrios más céntricos de una de las ciudades más pobladas del mundo. Todo era nuevo, todo había que conservarlo; pero todo se iba enturbiando y la verdadera realidad nos pegó un bofetón de pleno. La ciudad no era ni mucho menos lo que nos habían advertido, era mil veces peor. Allí no hay pobreza ni miseria. Lo de allí no tiene nombre. Por mucho que te digan, sólo viéndolo te haces a la idea.
La gente dormía en la calle, por todas partes, desnuda, desnutrida. Y nosotros desde aquellos taxis ya no reíamos tanto. Las calles levantadas, literalmente. Como si el día anterior varias bombas hubiesen caído en cada esquina. Parecían barricadas de una guerra sin armisticio. Esa era la realidad. Ahí es donde te acuerdas de la suerte que tienes y de una sensación de intranquilidad, que no llamo miedo por cobardía.